El arte como espejo de lo humano: reflexiones en torno a su día mundial
- P Pastrana
- hace 9 horas
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Más allá de su valor estético, el arte nos permite pensarnos como humanidad, expresar lo inefable y construir vínculos con nuestro entorno. En el marco del Día Mundial del Arte, el Dr. Hirepan Solorio Farfán invita a reflexionar sobre su dimensión filosófica, sensible y transformadora.

Cada 15 de abril se celebra el Día Mundial del Arte, una efeméride instaurada en 2019 por la UNESCO con el objetivo de promover la conciencia sobre el papel del arte en la vida individual y colectiva.
Aunque su incorporación al calendario internacional es reciente, la pregunta por el arte —su valor, su función, su lugar en la sociedad— ha acompañado al ser humano a lo largo de los siglos.

Para el Dr. Hirepan Solorio Farfán, profesor de la Licenciatura en Artes del Centro Universitario de la Costa Sur, el arte no debe entenderse como un privilegio reservado a unos cuantos ni como una forma de entretenimiento: es una experiencia vital que nos vincula con nuestra condición humana y con el contexto que habitamos.

“El arte nos vuelve cada vez más humanos en el contacto cotidiano con sus distintas expresiones. Y esto es multidimensional: hablamos incluso de aumentar nuestras capacidades intelectuales, pero sobre todo de perfilarnos en lo sensible de una manera más precisa.
El arte es indispensable para el ser humano. De tal suerte que, como dijo Nietzsche, ‘la vida sin música sería un error’.”

El arte como una pregunta sin fin: entre la experiencia y la reflexión filosófica
Lejos de las clasificaciones rígidas, el arte representa un terreno vivo, en constante transformación. Su definición nunca ha sido cerrada y probablemente no lo será.
Preguntarse por su sentido es, como señala el académico, adentrarse en una reflexión metafísica sin respuesta definitiva:
“La definición puntual del arte siempre será un tema en constante cambio. Es una metafísica, y como toda metafísica, nunca tendremos una resolución plena. Sin embargo, no nos podremos dejar de preguntar en ello.”
Esa indagación no es solo teórica: tiene una dimensión vivencial. Quienes no se dedican profesionalmente a una disciplina artística experimentan también lo que el arte revela. Es una posibilidad de diálogo entre el sujeto y el mundo, una forma de inscribirse en la historia y de construir sentido.

El Dr. Solorio recupera distintas tradiciones filosóficas —como la estética kantiana o las críticas a la industria cultural de Adorno y Horkheimer— para subrayar que una obra artística pierde su naturaleza cuando responde a intereses de mercado.
La autenticidad del arte, sugiere, reside en la libertad creadora y en su capacidad para interpelar sin estar al servicio de otra causa.
“Si un producto da la apariencia de ser una continuación de una tradición pero en realidad responde a la lógica del capital, eso se llama industria cultural. El arte debe estar desprovisto de interés. El juicio sobre el arte también debe estar desprovisto de un interés.”

En ese sentido, el arte también plantea desafíos al momento de ser definido. ¿Qué lo distingue de otras formas expresivas? ¿Dónde empieza o termina una obra? ¿Qué lo diferencia de la artesanía o de los productos culturales diseñados para el consumo?
Estas ideas también invitan a reconocer que el arte no es solo obra del especialista, sino también un acto humano que puede surgir desde cualquier rincón sensible de la vida cotidiana.
Para el académico, se trata de una pregunta abierta, que no busca una respuesta definitiva, sino una reflexión constante:
“Precisamente en ese intervalo que surge entre el objeto y la humanidad, el arte como fundamento habla de ti. Entonces es parte de tu propia narrativa. Por eso debemos establecer diálogos con él, porque no es una construcción ajena a mi contexto.
El arte habla de un momento en el que fui, o en el que la humanidad fue. El arte habla de nosotros: el arte es la filosofía cristalizada en objetos y en ideas.
Por tanto, el arte siempre nos va a remitir a nuestro aspecto más humano.”

El arte no debe entenderse como un lujo, sino como una necesidad humana que potencia la sensibilidad, el pensamiento y el autoconocimiento.
Cuando una obra responde a fines utilitarios o comerciales, pierde su esencia como arte y se convierte en un producto de la industria cultural.
“El arte habla de nosotros: es la filosofía cristalizada en objetos e ideas”, señala el Dr. Irepan Solorio Farfán al reflexionar sobre su dimensión transformadora.

Una celebración que nos interpela: el arte como parte de la vida cotidiana
Así, el Día Mundial del Arte no se reduce a una efeméride que celebra a quienes se dedican profesionalmente a una disciplina artística.
Más allá de los escenarios, los museos o las aulas, esta fecha nos invita a mirar el arte como una dimensión presente en la vida cotidiana: en la forma en que percibimos el mundo, en los gestos con que lo interpretamos y en las maneras en que tratamos de dotarlo de sentido.
Revisitar el arte desde esta perspectiva implica comprenderlo no como un objeto decorativo o una mercancía cultural, sino como un proceso vital que nos acompaña, nos interpela y, a veces, nos transforma.

En tiempos donde la productividad suele imponerse como medida de valor, el arte recuerda otras formas de estar en el mundo: aquellas que apuestan por la sensibilidad, la memoria, la imaginación o la crítica.
Desde una mirada íntima o colectiva, estética o filosófica, el arte ofrece la posibilidad de abrir preguntas, construir vínculos y dejar huella. Conmemorarlo, entonces, no es solo un acto simbólico, sino también una oportunidad para recuperar su lugar en nuestras vidas, como un espacio de escucha, de creación y de reconocimiento mutuo.

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